Mi nombre es Javier y soy un profesor de Lengua castellana y literatura en ciernes, recién estrenado en el desafiante mundo de la educación secundaria. Aunque parezca extraño, he llegado hasta aquí después de haber realizado el Bachillerato por Ciencias y tras licenciarme en Traducción e Interpretación. Los motivos de tal cambio de aires se fundamentan en que ninguna de las disciplinas científicas ni la propia carrera de idiomas lograron cautivarme por completo. Sí lo hizo, sin embargo, una formación para una profesión a la que he llegado casi por descarte, un poco por casualidad, un poco por no haber conseguido definir mi rumbo previamente: se trata de la Enseñanza, más en concreto, de la enseñanza de la Lengua castellana y la Literatura.
Siempre había mantenido una especie de idilio académico con esta asignatura, de la que, no obstante, desconocía la infinidad de posibilidades didácticas y metodológicas que albergaba. En cambio, jamás me había planteado dedicarme a ella de manera profesional. Tuvo que ser la casualidad la que, cuando en septiembre de 2010 solicité plaza en el Máster de Formación del Profesorado de las diferentes universidades públicas madrileñas, me sorprendiera con la noticia de que en la UAH me admitían, pero por la especialidad de Lengua castellana y literatura. Me habían aceptado también en otras universidades mucho más cercanas a la zona donde vivía, pero debería cursar el posgrado por la rama de los idiomas. Tras pensarlo durante algunos días y a pesar de la distancia que me separaba de la facultad de Alcalá donde debía asistir a las clases (una hora y media de ida y otra de vuelta cada día), decidí optar por esa oportunidad que se me había presentado tan sorpresivamente. Hoy estoy convencido de que ha sido una de las decisiones más acertadas que he tomado a lo largo de mis días.
Sin embargo, no sería justo atribuirle todo el mérito de esta satisfacción con la decisión tomada a la simple casualidad, pues muchos han sido los nombres que me han llevado a sentir verdadera pasión por esta tarea tan difícil de mediar en el aprendizaje lingüístico y literario de jóvenes en plena formación.
En primer lugar, habría que nombrar a aquellas personas que en mi etapa de escolarización obligatoria me empezaron a hacer intuir que había en mí un resquicio aún no explorado en el que podría encontrar una motivación desconocida. Ya en la universidad, en una carrera con muchos puntos en común, pero también muchas diferencias con la lengua castellana y la literatura, me topé con otras personas que fueron reforzando en mi interior de manera imperceptible ese amor todavía no identificado (por encima de todos, Santiago Urbano). En medio de ese trayecto "traduttore, traditore" fue clave una estancia en Francia y un tipo que consiguió agrandar mi "pique" literario gracias a una verborrea que denotaba demasiados libros a sus espaldas. Sin embargo, mi travesía hacia la docencia lingüística y literaria alcanzó el clímax en el Máster de Formación del Profesorado, donde dos figuras fueron decisivas para convencerme de que había acertado en mi decisión: Joaquín Rubio y Maximino de Diego. El primero, porque es uno de esos hombres profundamente sabios y buenos de los que solo se puede aprender y a los que tan difícil es encontrar en una sociedad tan desgastada por los "productos estrella". Habría que añadir que es de esos hombres a los que podrías estar escuchando horas y horas sin perder entusiasmo, de esos pocos profesores capaces de transmitir hablando ellos solos. Además, porque también se podría decir que su persona es sinónimo de "literatura". El segundo, porque fue quien me mostró la senda de las metodologías "alternativas", es decir, esas que deberían ser las más frecuentes en las aulas y, sin embargo, siguen siendo bastante excepcionales hoy en día. Con su experiencia y sus recomendaciones, Maxi me abrió las puertas a un mundo didáctico hasta entonces bastante ignorado por mí, que me ha ido llevando desde aquel momento de unas lecturas a otras y me ha facilitado conocer infinidad de experiencias y consejos de otros docentes. Gracias a él llegué al que sin duda se ha convertido en uno de mis principales "ídolos" docentes, un pilar básico para cualquier docente de Lengua castellana y literatura. Hablo de Juan Sánchez-Enciso. Con él se inició un nuevo apartado en mi formación: el de esos hombres y mujeres a los que no tengo el placer de conocer, pero que han sido igualmente decisivos en mi vocación docente lingüística y literaria. Su obra (Con)vivir en la palabra se ha convertido en uno de mis libros de cabecera. Todo lo que se desprende de él es lo que espero que, antes o después, acabe impregnando mi labor docente (aunque sospecho que alcanzar su nivel será misión casi imposible). Con él, fueron llegando referencias a otros como Cassany, Pennac o Zayas y, después, el salto a los blogs, donde la cantidad de docentes dignos de admiración es innumerable: Antonio Solano, José Hernández, Silvia González y muchísimos más. Sin embargo, con el debido respeto a todos ellos, sobresale para mí un nombre: el de Lourdes Domenech. La experiencia compartida por esta profesora me produce auténtica fascinación por su calidad y su creatividad.
En resumidas cuentas, siempre hay nombres que son más decisivos que otros para que uno tome ciertas decisiones y adquiera ciertas perspectivas profesionales y vitales y los que he destacado han sido indudablemente algunos de ellos. Probablemente, me deje en el camino muchos otros que hayan sido también fundamentales (y quizá yo no haya sido tan consciente de ello), pero la memoria siempre es algo injusta. No puedo terminar, sin embargo, sin citar otros muchos nombres que, aunque no de manera tan directa, también me han traído hasta aquí, pues más que en mi vocación docente han sido determinantes en mi vida, en lo que soy hoy en día (y como lo uno no puede ir separado de lo otro...). Hablo, por supuesto, de mis padres, mi hermana y el resto de mi familia y de tantos y tantos amigos y amigas (de León, de Otero de Curueño, de Madrid, del cole, de la carrera, de la resi, del Erasmus, del Máster...) a los que no sería justo citar de manera individual, pues podría caer en el error de dejar fuera de la lista a alguno de los importantes por mero despiste.
Finalmente, no habría podido llegar a todas estas conclusiones todavía si el pasado verano no me hubieran brindado la posibilidad de comenzar el primer capítulo de mi aventura docente en un colegio del centro de Madrid, de nombre María Inmaculada. Gracias a esta oportunidad, he podido convencerme plenamente de todas las impresiones y sensaciones que albergaba sobre la docencia y, sobre todo, he podido empezar a poner en práctica tantos y tantos aprendizajes. Es en el día a día donde empiezas a medir las posibilidades de lo que has ido aprendiendo, donde te das cuenta de tus carencias, pero también de tus progresos y donde realmente aprendes a SER. A ser en el más amplio sentido del verbo, porque la experiencia humana que se vive a pie de aula no tiene parangón. Y todo gracias a esas personas que se sientan enfrente de ti. Ellos son la auténtica razón de ser de la enseñanza. Por ellos está uno donde está, porque ser profesor es una entrega y un aprendizaje compartido. Por eso, es a mis alumnos a los que quiero terminar atribuyendo mi amor por la docencia, porque son ellos y ellas, a pesar de todas las dificultades que surgen cada día, los responsables finales de que en esta primera entrada del blog diga todas estas cosas*.
En primer lugar, habría que nombrar a aquellas personas que en mi etapa de escolarización obligatoria me empezaron a hacer intuir que había en mí un resquicio aún no explorado en el que podría encontrar una motivación desconocida. Ya en la universidad, en una carrera con muchos puntos en común, pero también muchas diferencias con la lengua castellana y la literatura, me topé con otras personas que fueron reforzando en mi interior de manera imperceptible ese amor todavía no identificado (por encima de todos, Santiago Urbano). En medio de ese trayecto "traduttore, traditore" fue clave una estancia en Francia y un tipo que consiguió agrandar mi "pique" literario gracias a una verborrea que denotaba demasiados libros a sus espaldas. Sin embargo, mi travesía hacia la docencia lingüística y literaria alcanzó el clímax en el Máster de Formación del Profesorado, donde dos figuras fueron decisivas para convencerme de que había acertado en mi decisión: Joaquín Rubio y Maximino de Diego. El primero, porque es uno de esos hombres profundamente sabios y buenos de los que solo se puede aprender y a los que tan difícil es encontrar en una sociedad tan desgastada por los "productos estrella". Habría que añadir que es de esos hombres a los que podrías estar escuchando horas y horas sin perder entusiasmo, de esos pocos profesores capaces de transmitir hablando ellos solos. Además, porque también se podría decir que su persona es sinónimo de "literatura". El segundo, porque fue quien me mostró la senda de las metodologías "alternativas", es decir, esas que deberían ser las más frecuentes en las aulas y, sin embargo, siguen siendo bastante excepcionales hoy en día. Con su experiencia y sus recomendaciones, Maxi me abrió las puertas a un mundo didáctico hasta entonces bastante ignorado por mí, que me ha ido llevando desde aquel momento de unas lecturas a otras y me ha facilitado conocer infinidad de experiencias y consejos de otros docentes. Gracias a él llegué al que sin duda se ha convertido en uno de mis principales "ídolos" docentes, un pilar básico para cualquier docente de Lengua castellana y literatura. Hablo de Juan Sánchez-Enciso. Con él se inició un nuevo apartado en mi formación: el de esos hombres y mujeres a los que no tengo el placer de conocer, pero que han sido igualmente decisivos en mi vocación docente lingüística y literaria. Su obra (Con)vivir en la palabra se ha convertido en uno de mis libros de cabecera. Todo lo que se desprende de él es lo que espero que, antes o después, acabe impregnando mi labor docente (aunque sospecho que alcanzar su nivel será misión casi imposible). Con él, fueron llegando referencias a otros como Cassany, Pennac o Zayas y, después, el salto a los blogs, donde la cantidad de docentes dignos de admiración es innumerable: Antonio Solano, José Hernández, Silvia González y muchísimos más. Sin embargo, con el debido respeto a todos ellos, sobresale para mí un nombre: el de Lourdes Domenech. La experiencia compartida por esta profesora me produce auténtica fascinación por su calidad y su creatividad.
En resumidas cuentas, siempre hay nombres que son más decisivos que otros para que uno tome ciertas decisiones y adquiera ciertas perspectivas profesionales y vitales y los que he destacado han sido indudablemente algunos de ellos. Probablemente, me deje en el camino muchos otros que hayan sido también fundamentales (y quizá yo no haya sido tan consciente de ello), pero la memoria siempre es algo injusta. No puedo terminar, sin embargo, sin citar otros muchos nombres que, aunque no de manera tan directa, también me han traído hasta aquí, pues más que en mi vocación docente han sido determinantes en mi vida, en lo que soy hoy en día (y como lo uno no puede ir separado de lo otro...). Hablo, por supuesto, de mis padres, mi hermana y el resto de mi familia y de tantos y tantos amigos y amigas (de León, de Otero de Curueño, de Madrid, del cole, de la carrera, de la resi, del Erasmus, del Máster...) a los que no sería justo citar de manera individual, pues podría caer en el error de dejar fuera de la lista a alguno de los importantes por mero despiste.
Finalmente, no habría podido llegar a todas estas conclusiones todavía si el pasado verano no me hubieran brindado la posibilidad de comenzar el primer capítulo de mi aventura docente en un colegio del centro de Madrid, de nombre María Inmaculada. Gracias a esta oportunidad, he podido convencerme plenamente de todas las impresiones y sensaciones que albergaba sobre la docencia y, sobre todo, he podido empezar a poner en práctica tantos y tantos aprendizajes. Es en el día a día donde empiezas a medir las posibilidades de lo que has ido aprendiendo, donde te das cuenta de tus carencias, pero también de tus progresos y donde realmente aprendes a SER. A ser en el más amplio sentido del verbo, porque la experiencia humana que se vive a pie de aula no tiene parangón. Y todo gracias a esas personas que se sientan enfrente de ti. Ellos son la auténtica razón de ser de la enseñanza. Por ellos está uno donde está, porque ser profesor es una entrega y un aprendizaje compartido. Por eso, es a mis alumnos a los que quiero terminar atribuyendo mi amor por la docencia, porque son ellos y ellas, a pesar de todas las dificultades que surgen cada día, los responsables finales de que en esta primera entrada del blog diga todas estas cosas*.
¿A qué viene todo esto?
No estoy seguro de que fuese necesaria toda la introducción anterior (salvo por las menciones a quienes me empujaron por este sendero de las palabras), ya que, al fin y al cabo, si hoy me incorporo a la blogosfera no es para soltar una retahíla sobre mis vaivenes vitales, sino para compartir parte del trabajo que llevo a cabo en el aula, parte de mis miedos e inquietudes como docente, parte de mis muchas dudas por resolver en este mundillo y parte de mis aprendizajes diarios, es decir, que este blog solo trata de unirse como uno más a los numerosos blogs docentes que pueblan la red, tan variados y tan ricos en conocimientos, experiencias y propuestas. No tengo, por lo tanto, ninguna pretensión mayor que la de convertir esta bitácora en un vía de comunicación y generosidad docente que me permita APRENDER, que es el único objetivo real por el que se origina esta andadura que no sé por dónde me llevará, hacia dónde ni hasta cuándo.
Sea lo que sea, aquí da comienzo una aventura a la que, tras mucho exprimirme el cerebro, he decidido bautizar como En pie de lengua (se puede observar que aunque me exprima mucho el cerebro, las naranjas que hay en él tienen no tienen demasiado zumo). Con este título trato de transmitir la importancia de una asignatura como la nuestra para defender siempre la palabra como la única arma de la que valernos ante cualquier adversidad que se nos presente, es decir, pretendo reflejar mi convicción de que debemos estar siempre preparados para combatir usando exclusivamente la lengua, de que debemos estar por tanto en pie de lengua, más que en pie de guerra, tanto en el aula, como en la vida (como diría Sabina: «que el diccionario detenga las balas»).
Poco más puedo añadir para empezar. Gracias por vuestra paciencia y consideración a los que habéis aguantado leyendo hasta el final y bienvenidos.
*Pido disculpas por haber convertido la anterior parrafada en algo parecido a la recepción de un premio en la que no te puedes dejar en el tintero a nadie.
No estoy seguro de que fuese necesaria toda la introducción anterior (salvo por las menciones a quienes me empujaron por este sendero de las palabras), ya que, al fin y al cabo, si hoy me incorporo a la blogosfera no es para soltar una retahíla sobre mis vaivenes vitales, sino para compartir parte del trabajo que llevo a cabo en el aula, parte de mis miedos e inquietudes como docente, parte de mis muchas dudas por resolver en este mundillo y parte de mis aprendizajes diarios, es decir, que este blog solo trata de unirse como uno más a los numerosos blogs docentes que pueblan la red, tan variados y tan ricos en conocimientos, experiencias y propuestas. No tengo, por lo tanto, ninguna pretensión mayor que la de convertir esta bitácora en un vía de comunicación y generosidad docente que me permita APRENDER, que es el único objetivo real por el que se origina esta andadura que no sé por dónde me llevará, hacia dónde ni hasta cuándo.
Sea lo que sea, aquí da comienzo una aventura a la que, tras mucho exprimirme el cerebro, he decidido bautizar como En pie de lengua (se puede observar que aunque me exprima mucho el cerebro, las naranjas que hay en él tienen no tienen demasiado zumo). Con este título trato de transmitir la importancia de una asignatura como la nuestra para defender siempre la palabra como la única arma de la que valernos ante cualquier adversidad que se nos presente, es decir, pretendo reflejar mi convicción de que debemos estar siempre preparados para combatir usando exclusivamente la lengua, de que debemos estar por tanto en pie de lengua, más que en pie de guerra, tanto en el aula, como en la vida (como diría Sabina: «que el diccionario detenga las balas»).
Poco más puedo añadir para empezar. Gracias por vuestra paciencia y consideración a los que habéis aguantado leyendo hasta el final y bienvenidos.
*Pido disculpas por haber convertido la anterior parrafada en algo parecido a la recepción de un premio en la que no te puedes dejar en el tintero a nadie.
He pulsado sin comentarios y me ha obligado a escribir algo!!!!a nosotros no nos dedicas nada??, que te tenemos que aguantar todas esas horas metido en tu habitación intentando y consiguiendo ser mas innovador.
ResponderEliminarTan importante es el qué como el cómo se enseña, y creo que de momento vas por el buen camino!!!!
pd.- me ha gustado la canción introductora del kuentalibros, me sonaba y no sabía de qué, hasta que he caído en la cuenta!!!
pd2.- si hay faltas de ortografía échale la culpa a las nuevas tecnologías....
Vosotros por supuesto que estáis incluidos ahí donde hablo de mis amigos. ¿Qué sería de mí sin esos momentos de desconexión a base de risas y conversaciones agradables?
EliminarGracias por haber dejado tu aportación en este comienzo.
Para empezar en esto, Javier, tienes una energía admirable. Estoy seguro de que la tuya será una travesía muy provechosa para ti y para los alumnos que tengan la suerte de cruzarse en tu camino. ¡Buen viaje!
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tus palabras Francisco, que son un auténtico estímulo para seguir por el camino recién iniciado. Ojalá tengas razón y todo esto cobre sentido para otras personas. De momento, tengo mucho que aprender de gente como tú. Ha sido un placer descubrir también tus aportaciones en la red, que hasta ahora desconocía.
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